Hemos vuelto

Tristeza y soledad en un solo lugar, respirando pesar en cada mirada y sintiendo miedo por no volver a tenerla. Las paredes le recordaban que el frío no debería volver a aterrarle, pero la distancia y el no saberse cerca de ella le generaban una cierta sensación de incomodidad, quizás pasajera, quizás perenne, pero que no sabía explicar con palabras, el sentimiento de no tenerla con él le dolía en la barriga, no en el corazón.
Cuatro noches permaneció así acurrucado en el fondo de la estancia sin atreverse a salir, postrado por su propia inseguridad y el temor de enfrentarse al resto del mundo.
La quinta noche, una voz le habló en sueños, “Te queda tanto por vivir amigo, no debes quedarte así”. A la mañana siguiente recordó vagamente la sensación de bienestar que le producía el despertar cuando era pequeño, y olía a pan caliente y a café recién hecho.
El sexto día se atrevió a mirar por la ventana, durante unos breves segundos, y vio que nada había cambiado, la calle estaba en el mismo lugar y la gente paseaba sin prisa por el bulevar.
Esa tarde se decidió a salir, lentamente se incorporó y esperó a que el reloj marcara las seis para salir. El abrigo y su sombrero seguían en la percha, los zapatos estaban sucios pero daba igual. Se calzó lentamente el zapato derecho.
Bajó por las escaleras, rápido casi sin resuello mientras esperaba que nadie pudiera reconocerle. Nadie en absoluto.
Llegó a la calle, abrió el portal y se decidió gritó fuerte tanto que todos le miraron…”Me queda tanto por vivir, que no debo quedarme así”.
-¿Mamá por que grita ese señor, y por qué le falta una pierna? Preguntó un niño mirando insistentemente a su madre, ella sonrió con vergüenza y compromiso a Etien. Él la sonrió como diciendo “no pasa nada”, Ahora ya no le dolía la barriga, sólo el muñon.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio